Opinión

La alternancia de los errores

por Nino Ramella

El humor social empuja el péndulo de las elecciones democráticas hacia uno y otro lado, dejando perplejos a quienes repentinamente quedan del lado desfavorecido.

La reacción del perdidoso, de derecha o izquierda da lo mismo, es siempre culpar a los rivales o a oscuras fuerzas subterráneas que quieren colonizarnos. La defensa inapelable de lo que cada uno hizo es como un bloque sin fisuras. Impenetrable. La culpa la tienen esos perversos de enfrente.

Es justamente esa defensa irrestricta la que cava su propia tumba. Lo que el pueblo va percibiendo como obvio y real… la fracción en el poder lo desestima considerándolo fantasías maquinadas por la oposición.

En nuestra región latinoamericana los gobiernos considerados progresistas abren paso a la derecha, a veces en su versión más extrema. Y digo “abren paso” pues ellos mismos favorecen esa sucesión.

Cuando el ideario de la retórica discursiva colisiona con conductas del poder que la desmienten nace el germen de la reacción. Ser impermeables a toda denuncia de corrupción desvanece la credibilidad en toda la gestión.

No hay gobierno sin corruptos. Pero sí puede haber gobiernos que no los toleren. Equivocadamente se cree que la irrestricta defensa en bloque de la moral gubernamental aleja el desprestigio político cuando en realidad lo alienta. Pienso en que si esas gestiones hubieran limpiado de la administración a los funcionarios venales muy otro sería el apoyo popular que hoy gozarían.

El desprecio de los valores éticos en tanto se cumplan algunos propósitos del “modelo” termina jaqueando la credibilidad popular y habilita en la escena política la entrada de cualquier mesiánico que se venda como custodio de la moral pública.

Otros aspectos más allá de la corrupción intervienen en este escenario. El tema de la seguridad es uno de ellos. El progresismo regaló la agenda de la seguridad a la derecha, que fácilmente conecta con el clamor represivo de la opinión pública.

Bien sabemos que el discurso de la baja de edad de imputabilidad de los menores, el agravamiento de las penas, la construcción de más cárceles… son música para los oídos de a mayor parte de la población, que cree en esa solución aunque no lo sea en ningún lugar del mundo. Hay alternativas mucho más eficaces… pero el progresismo nada ha hecho para difundirlas y convencer.

El germen de la reacción opuesta al poder de turno es la contumacia. La derecha acusa al progresismo de querer instalar un socialismo a la venezolana. En tanto la izquierda contumaz siga enarbolando las virtudes de la moral del gobierno de Venezuela sojuzgado por el imperialismo y los poderes concentrados… pues a la gente le quedará esa foto. La única verdad es la realidad acuñó Aristóteles hace 2.300 años.

La otra cuestión tiene que ver con la resistencia de muchos sectores -especialmente de las generaciones más adultas-, a incorporar nuevos derechos que trastocan su statu quo atado a las cadenas de la cultura judeocristiana. Ha faltado aquí una estrategia que ayude a los “afectados” a entender esos derechos como un avance y mejoramiento de la sociedad de la que formarán parte para que no se sientan excluidos. La letra no entra con sangre. La política es el arte de lo posible.

Una táctica equivocada ha sido también ensanchar la distancia entre sectores sociales. Recomponer el tejido social es, además, de una más justa y equitativa distribución de la riqueza volver a tender puentes, facilitar el diálogo, favorecer la comunicación. No hacen falta discursos que alimenten la crispación.

Vivimos en la región más desigual de la tierra. La inseguridad acompaña de manera directa esos indicadores. La clase dominante ve a los excluidos como una amenaza y estos ven a los primeros como los causantes de su situación. ¿Qué hicimos para acortar esa distancia?

Hay demasiados ejemplos en el mundo de jefes de gobierno elegidos por el pueblo que desprecian derechos, denigran a las minorías, levantan banderas supremacistas, descreen de los principios democráticos. Supuestamente optan por el antisistema, por la antipolítica. Van a ser destructivos y violentos. Son una desgracia pero también deben ser una piedra contra los dientes de quienes merecen ser interpelados. ¿Será que no hicimos todo bien?.

¿Cuánto durará esta ola conservadora y reaccionaria? ¿Cuánto hará retroceder los avances democráticos que habíamos conquistado? Un decenio tal vez. Hasta que por sus propios pecados la gente vaya a elegir quién sabe qué.

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